¿Cuantas veces hemos dejado de hacer algo por sentir que es en vano? ¿Cuantas otras nos hemos resignado a aceptar el rechazo, dado media vuelta y dejamos fluir el sentimiento del fracaso?
¿Es más, cuantas veces hemos dejado algo a medio camino pensando o incluso dejándonos llevar por las sugerencias de otros (quienes probablemente fracasaron en muchas otras áreas de sus vidas)?
Lo primero es destrozar nuestro orgullo, una palabra tan ridícula como su significado. A través de él nos identificamos con una idea elaborada de quienes somos. Nos montamos una película en la cual definimos el personaje que seremos en el rol de nuestras vidas y así navegamos tranquilamente en el mar de una seguridad sin fondo real. Claro, hay personas a las cuales les resulta y llevan su vida de maravillas, pero tengo serias dudas de hasta qué punto puedan ser felices alejándose cada vez más de lo real, del ser espiritual que todos llevamos dentro.
En verdad mi misión en este caso es el de ayudarnos a superar aquellos miedos de los cuales hablábamos al inicio. No es fácil combatir la depresión causada por la falsa imagen que podríamos montarnos acerca de nosotros mismos. No es fácil, pero a la vez es muy sencillo, es poder vernos frente a frente con el espejo, darnos cuenta que en verdad esa persona que creemos que somos es tan compleja, tan llena de cualidades que descubrir que nos sorprenderemos el día en que lo hagamos.
Somos el centro de nuestro propio universo, tenemos el poder de crear nuestro propio mundo pero solo lo haremos cuando dejemos aquellos miedos atrás. Dios vive dentro de nosotros, una verdad que ha sido escondida por siglos por aquellos personajes en el poder, la iglesia, los políticos y los ocultos círculos de poder. Dios no es un padre castigador como han querido que creamos siempre. El pecado contra él no existe, el único pecado que cometemos es contra nosotros mismos al querer engañar nuestros sentimientos más puros y dejarnos llevar no por lo que tenemos dentro sino por lo que recibimos de afuera.



