lunes, 19 de marzo de 2012

Día de Festival

El sábado por la mañana desperté sabiendo que sería un gran día, hacía tiempo que venía esperando por él y finalmente había llegado. Un festival de música en el Parque de la Exposición se me ocurrió como una gran idea desde el primer momento en el que escuché de él. Aprovechar uno de los últimos días del verano, en un lugar precioso, repleto de historias que contar y otras tantas aún por descubrir sería ideal. Muchos de los que nos consideramos ciudadanos de ésta gran urbe, bien amada y en otros casos vilipendiada por los más variopintos autores, nos concentramos en un pequeño fragmento de su geografía dejando en el olvido esos espacios que en realidad poco pueden envidiar a otros de distintas latitudes hechos de fama por el sincero amor de sus propios ciudadanos. La historia del Perú es así, nos desplazamos entre el amor y el odio, rechazamos nuestros centros históricos y luego cuando el mundo pone sus ojos sobre ellos comenzamos a reconocer sus bondades, pero en fin, ésa es otra historia.

Luego un refrescante paseo por las sinuosas laderas del Malecón Miraflorino, un lugar que cada vez luce más hermoso y que cada día es aprovechado por más gente gracias a los esfuerzos desplegados por sus distintos alcaldes para mejorar su aspecto. Increíble pensar que antes del Sr. Alberto Andrade (no confundir con su escurridizo hermano) no hubiese nadie que apostara por mejorar tan preciosa fisonomía, pero es así. Lima le daba la espalda al mar como si se cerrase a ver el horizonte, característica que resalta el ensimismamiento de la sociedad que la gobierna pero que gracias al desarrollo va perdiendo fuerza.

Mi desayuno ideal del sábado por la mañana se ha convertido en tomar algún que otro bocadillo acompañado de un delicioso café orgánico en los puestos de la bío-feria del Parque Reducto. No quiero sonar a caviar cómo podrían pensar algunos, ni mis medios ni mi actitud tallar dentro de sus características, pero es lo que la vida me presenta y tonto el que no lo aprovecha. Allí se concentra una nueva Lima (de las tantas que vienen emergiendo) cada fin de semana. Una Lima compuesta de expatriados enamorados de nuestras tierras, limeños que gustan de la sana alimentación, jóvenes y experimentados de toda edad que salen a disfrutar de un poco de cháchara, yoga o música. Sentarse al sol disfrutando de la compañía de buenos amigos, ver familias pasear con los pequeños haciendo de las suyas, hermosos ejemplares de nuestra raza humana sonriendo y coqueteando unos con otros es un deleite del cual debemos de estar agradecidos. El simple hecho de poder compartir en paz no tiene precio ni comparación y es por ello que debemos de cuidar la delgada línea que nos llevara a tiempos de violencia y terrorismo no hace tanto tiempo.

Ya por la tarde la expectativa crecía, el evento se pintaba como un momento único. Los festivales suelen dar color a las ciudades en otras partes del mundo, históricos como Glastonbury, Wacken o Sitges, entre otros que congregan a miles de personas de todas partes y no veo porque en ésta nueva Lima no se podría dar algo parecido. El Festival de los Siete Mares en su primera edición sería una gran oportunidad de demostrarnos a nosotros mismos que podemos estar a la altura de cualquier ciudad del mundo, quizás no aún con la misma magnitud pero por algo se tiene que empezar. Entre los músicos congregados figuraban los más populares del circuito nacional, no solo por el alcance que han logrado sino también por la calidad de su música y por lo arriesgado de su propuesta la cual concretiza el momento en el que vivimos, la mezcla de nuestras culturas es el pináculo de la nueva patria que construimos. Sabor y Control, Bareto y La Sarita harían estallar a más de uno con sus ritmos electrizantemente contagiosos, sin descontar al resto. Entre ellos la presencia de dos internacionales invitados, Totó La Mamposina, de la cual estoy seguro muchos de los asistentes ni conocían pero quedarían prendados al verla tan desenvuelta y cercana en el escenario. Para cerrar con broche de oro el revoltoso, apasionado y genio del mensaje subliminal (como también famoso por carecer de pelos en la lengua) sería Manu Chao.

Un festival en favor del agua, como su propio nombre lo dice, no podía carecer de un matiz político pero lamentablemente el discurso no estuvo a la altura de la música. Más bien tomaba ciertas reminiscencias de aquella época anterior a la cual se llamaba a una revolución, una revolución justa pero conducida de forma equivocada y con una verborrea apta para una población llana y sin ideas. La improvisación en éstos casos podrá ser atrayente hacia aquellas personas que necesitan destacar por el simple hecho de la adhesión a una causa pero muchos otros lo único que podemos sentir es desprecio. Desprecio porque nos sentimos menospreciados, porque lo que se comunica no tiene contenido y nuestros oídos, ojos, corazones y mentes necesitan más que el simple “Si a al agua, no al oro” o cualquiera que sea el motivo del momento. Si queremos seguir en éste cambio positivo tenemos que seguir haciéndolo con mensajes claros, con ideas estudiadas y propuestas de solución y no tan solo de controversia.

La noche fue absolutamente mágica, cómo era de esperarse e incluso el festejado hizo esporádicas apariciones dejándose distinguir en pequeñas dotes que refrescaban a la afluencia exaltada. En fin, un precioso día a mediados de marzo, nuevas ideas y formas de vivir que espero se sigan contagiando y convirtiendo a Lima en la otrora Ciudad de los Reyes, una ciudad verdaderamente para todos.                                                                                                                                                   

Manu Chau en el Festival de los Siete Mares

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